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Senén Campos Maceiras

- A N D O R I Ñ A -

- A N D O R I Ñ A -

Esperando que el abuelo del relato de  El Duende del Tiempo, se recupere de un amago de infarto, he decidido publicar esta carta, entre poesía y prosa, con tres de los sentimientos que abarca la sensibilidad, que son...  la ternura, la melancolía, y la tristeza. Haber si os gusta.                                                             

 

                                        - A N D O R I Ñ A -

Casarse, vivir gozando, morirse... forma resumida de decir lo que han sido nuestras dos vidas. Recuerdo cuando nos conocimos, como nos contemplamos, como nuestras miradas llenas de complicidad, se cruzaron aquel día mezclándose con el viento. Ayer sentado junto a tu humilde cama, en aquel triste hospital, me vinieron a la mente todos los momentos vividos a tu lado, como cuando vimos aquellas golondrinas cantar en primavera, y tu me dijiste.
- Que pajaritos tan bonitos -.
- ¡ No tan bonitos como tu ! -. Te respondí, y también recuerdo que añadí. - ¿ Sabes que en gallego se les llama Andoriñas ? -.
Desde aquel día ese ha sido tu nombre para mi, Andoriña; no te gustaba que te llamase así delante de la gente, y no lo hacía, solo a veces si me descuidaba. Hoy maldigo mi suerte de estos últimos dias, maldigo a ese Dios bondadoso, clemente, misericordioso, que quiso aumentar su sala de trofeos con el de tu presencia, privándome así a mí de tu compañía y de tu inmenso amor. ¿ Será celoso quizás Dios ?.
No deseabas que viniese al hospital, porque no querías que te viera así desmejorada por la maldita enfermedad, pero mi bien querido, como no iba a venir a acompañarte, para mi siempre serás esa cara seductora del color de la cera natural, que esta en aquella fotografía de nuestra boda, con aquel traje blanco, que con tanto mimo has guardado desde entonces; nunca te lo he dicho, pero aquel fotógrafo que nos hizo la foto, me pidió permiso para quedarse con una copia de ella, y poderla colocar, en un reservado que tiene en la tienda, ya que me comentó que al mirarte se le alegraba el alma, que tenias una mirada como la de la Monna Lisa esa tan famosa, que parecías un... . y no recordaba el nombre, hasta que yo le dije... “un ángel”...
- Eso, eso -. Me contestó.
- Es que mi querido amigo, yo estoy casado con un ángel -. Le dije.
Un día que pasaba por allí, recordé que adentro en alguna pared oscura debía de estar aquella fotografía, y sentí curiosidad, y le pedí al
señor permiso para verla, y el no muy contento me dejó pasar a esa habitación de sus secretos, y cual no fue mi asombro al verte allí sola en aquel cuadro, y es que yo no estaba a tu lado, y cuando le dije...
- ¡ Oiga usted !, ¡ y eso ! -.
- Pues verá... ¡ es que su mirada no se le podía comparar !. ¡ Que quiere que le diga ! -
Y no supe que contestarle, era solo un retrato tuyo, y además tenía razón ya que esa mirada embriagadora solo la sabias enseñar tu.
Yo pensaba que era fuerte, pero verte allí rendida al infortunio del destino, sabiendo que si te ibas, yo no podría estar mucho tiempo sin ti, hacía que no fuese capaz de seguirte leyendo esta carta, pero entonces me pediste que acercase mi oído a tu seca boca... y sacando fuerzas de no se donde, me murmuraste apenas con un hilo de voz tus ultimas palabras... “que no culpara a Dios, porque Dios nos había permitido después de todo vivir maravillosos momentos”... y con la voz desgarrado quizás más por la emoción del momento que por la propia enfermedad, y apretándome la mano con la sola fuerza de un recién nacido, añadiste aquello de que...
- “ NO TE PUEDES IMAGINAR CUANTO AMOR ME LLEVO GRACIAS A TI ” - ...
Te di un suave beso en la mejilla, que nunca pensé que fuese el último, y me fui, no quería que me vieses llorar, de forma desconsolada y hasta escandalosa diría, y perdido en un rincón de aquel pasillo, busqué acomodo en una antigua silla, meditando en soledad con la angustia y la tristeza que me embargaban. ¡ Como un humilde pero orgulloso mortal como yo, puede perdonarle a Dios este sacrificio tuyo !. Cuando la enfermera se acercó poco después y me vio con los ojos húmedos y enrojecidos, no le importó decirme, como si ya lo hubiera ensayado muchas veces...
- Lo siento señor, su mujer acaba de fallecer - ...
- ¡ No me diga usted eso !. ¡ Andoriña, nunca se morirá mientras yo viva ! -. Le contesté con voz firme, casi gritando porque me salía del corazón.
                                         

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              SENÉN CAMPOS MACEIRAS

                     A ESTRADA 2.007

 

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