- ES DE DESEAR y ESPERAR QUE LOS ESPAÑOLES NO SIGAMOS CONSINTIENDO ESTO -
¿Consentirá esto España?
Cinco años después del comienzo de la crisis más aniquiladora que recuerdan generaciones, y apenas a nueve meses de la toma de posesión del Gobierno, los españoles han perdido ya toda esperanza en encontrar una sola mano valiente capaz de cambiar la dirección que nos lleva irremisiblemente a la derrota. Metidos en la niebla, carentes de verdaderos líderes y sin nadie que aporte ideas, los españoles ven hoy que van en rumbo de colisión, seguros ya de que se aproximan más a la catástrofe. Y seguros también de que será irremediable, porque quienes tienen en su mano el timón han confundido su destino. Fueron elegidos para corregir con energía el desastroso error con que castigaron a la sociedad anteriores gobernantes, quienes, con su perversa actuación, secaron la economía y agotaron las ansias del pueblo. Pero en cada consejo de ministros se demuestra que ni una sola de las medidas que se aprueban sirve para devolver el pulso y la confianza a un país moribundo. Las finanzas públicas -insuficientes para atender las necesidades del Estado- empeoran a pasos agigantados, conintereses tan altos que resulta imposible pagarlos y se retrasan como regalo envenenado a las próximas generaciones. Las empresas ven hundirse su economía en prácticamente todos los sectores, porque, en contra de la propaganda oficial, ni una sola medida ha contribuido al crecimiento de la actividad y del consumo. Las cuentas de las familias se han destrozado ya, imposibles de cuadrar por la caída de ingresos y la falta de trabajo y oportunidades para gran parte de sus miembros. Los jóvenes sufren el drama de prepararse a conciencia para nada. O de emigrar como sus abuelos. Los adultos que aún conservan empleo asisten acongojados a las insalvables dificultades de sus empresas. Los que han entregado su carrera al servicio público en la Administración se sienten maltratados en su nómina y en su imagen. Los millones de personas que tienen la desgracia de haber caído en el paro sufren como nadie el presente y temen más que nadie el futuro. Y por si todo esto fuera poco, los que viven de su trabajada pensión o están a punto de hacerlo tienen pánico a lo que pueda pasar en cualquiera de los próximos consejos de ministros, porque temen que de allí salga para ellos un trato tan injusto como intolerable. No se puede arrojar más agua hirviendo ni más calamidades sobre una población de más de cuarenta y siete millones de personas que de ninguna manera se ha merecido esto. Ha sido siempre comprensiva, se ha mantenido serena, ha creído todas las mentiras que le han ido contando y ha confiado en quienes le pedían apoyo. No aguanta más. Se palpa en la calle, en cualquier conversación, y se palpa en la vida pública, excepto en los confortables coches, aviones y despachos oficiales. Porque esa población maltratada observa a diario cómo se le recortan prestaciones, derechos y conquistas que nos han hecho un país civilizado; cómo se le encarecen los productos y los servicios básicos; cómo se le vacía la cartera con impuestos y exacciones. Y cómo prevalecen los privilegios en el tejido de las Administraciones públicas y el aparato que han creado en su exclusivo beneficio los políticos. Ven también cómo la ley les presenta una doble faz: la dura para sus derechos y aspiraciones legítimas y la blanda para los que rodean el poder, sean las exigencias de Gobiernos como el catalán o los privilegios de políticos y grandes corporaciones que se empecinan en fijar las reglas del juego, por encima incluso de lo que establece para todos la Constitución. Miles de chiringuitos inútiles con nóminas bien infladas. Despilfarro de centenares de millones en vacía grandilocuencia monumental. Hiperinflación de puestos a sueldo del erario. Descomunales aparatos de propaganda emitiendo veinticuatro horas al día. Cámaras, instituciones y organismos que no aportan más que prebendas y gastos suntuarios, incluidos los de los traductores vernáculos. Lujos en un país desangrado. Episodios continuos de corrupción. Ese es el retrato que se puede hacer hoy de esta España que desde la transición esperaba mejor destino.
Y todo esto, ¿tiene culpables? Desde luego. Con nombres y apellidos.
Lo fueron, y no han pagado ni un solo desperfecto, quienes tomaron en sus manos un Estado con superávit, nos hicieron creer que íbamos a ser más grandes que Italia y Francia y agotaron irresponsablemente nuestros recursos. Aseguraron que nuestro sistema financiero era el más seguro de Europa y lo despellejaron hasta dejarlo irreconocible. Anunciaron que pronto se acabaría con el paro, y con su política enviaron al desempleo a millones de personas. Todo eso le deben los españoles al bienintencionado Gobierno de Zapatero, a los sindicatos e incluso a algunos presidentes autonómicosque agrandaron el problema cuando aún tenía remedio. Zapatero no quiso ver el abismo y llamó antipatriotas a quienes le advertían de su absoluto alejamiento de la realidad. Y se fue sin rendir cuentas, bien premiado con un estupendo puesto en el Consejo de Estado. Entonces, los españoles entregaron una fornida mayoría absoluta a quien le llamaba incompetente, quizá pensando que él no lo sería. Pero no han hecho falta más que unos meses para comprobar que el gallego templado e inmutable tiene sus preocupaciones lejos de las de los españoles. Triste es ver cómo Mariano Rajoy ha dejado de gobernar y ha pasado a ser gobernado. Gobernado por quienes nunca lo eligieron: ni los anónimos y depredadores mercados ni Angela Merkel y sus jaleadores ni la troika que nos amenaza continuamente con los hombres de negro como en una pesadilla infantil. Realmente, España no debería consentirlo. España no puede consentir que se destroce su vitalidad y se la empobrezca cada vez más, para dejarla como esclava, pasando penalidades, al servicio de los que imponen los ajustes, pero no se someten a ellos. España no puede consentir que se la relegue al vagón de cola de Europa y que sea pasto de los mismos usureros que están hundiendo en la miseria a Grecia y a Portugal. España no puede consentir volver a las peores épocas de su historia, desangrada por los antagonismos, enfrentada, rota toda solidaridad interna, entregada al caos. La política ciega que ha emprendido el Gobierno en contra de la propia fortaleza del país es, sobre todo, una inversión en divisiones y una siembra de odios que ya parecían superados para siempre. Basta ver la exacerbación que se vive estos días en Cataluña y la grotesca liberación de Bolinaga para entender que España corre riesgo de fracasar. Lo hará si no se fortalece la idea de que la acción política tiene que dirigirse primordialmente al progreso de los españoles, y no a su bancarrota o su división. No sería para felicitarse si volviesen de nuevo los rencores y los vetos a los productos catalanes, que ya produjeron consecuencias tan nefastas. Llevar al país, como se está llevando, por la senda de la desesperanza y la confrontación solo trae consecuencias trágicas. Desde la conflictividad social a la aparición de falsos mesías y cínicos redentores que intentan beneficiarse de la situación y engañar a los ingenuoshaciéndoles creer que se mueven por el interés de la gente cuando lo hacen exclusivamente por el suyo. Ahora los gallegos han sido convocados nuevamente a las urnas, en medio de un desencanto con los políticos jamás vivido en democracia. Y no tienen fácil su decisión. Como dice el propio Feijoo, tienen que elegir entre darle a él una segunda oportunidad o volver al bipartito, pese al infausto recuerdo que dejó. Dentro de un mes, los ciudadanos de Galicia podrán hablar y dar su veredicto, si se animan a participar en la tan decepcionante vida pública actual. Pero antes es el turno de los candidatos. Son ellos los que deben reflexionar y explicar con claridad qué proponen para torcer este destino fatal al que ellos mismos nos han abocado. Tienen esa obligación con todos los ciudadanos, como tienen la obligación de decir la verdad. Debemos saber cuáles son sus verdaderas intenciones, para que los votantes no vuelvan a sentirse traicionados, como ha sucedido con el que prometía no subir el IVA. Ahora asegura que no tocará las pensiones, pero cada vez se hace más difícil creerle. Son los que aspiran a gobernarnos los que deben merecerlo. Y para ello es imprescindible que se comprometan a cambiar radicalmente la política que destruye por la que construye. La que nos lleva de cabeza a la ruina que ya experimentan nuestros vecinos por la que nos haga retornar al único camino que debe recorrer un gran país. Acabar con la contracción y empezar el crecimiento. Es la hora. Ya no hay tiempo. Galicia y España no pueden consentir de ninguna manera lo que está pasando. Y si los que gobiernan, del primero al último, con toda la información que poseen, creen que no tienen otra alternativa que seguir demoliendo la casa de los ciudadanos, será mucho mejor que abandonen ya. Inmediatamente. Mientras no cambien, no los necesitamos ni los queremos para nada.
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2012/09/21/consentira-espana/0003_201209G21P17993.htm
-----------
SENÉN CAMPOS MACEIRAS
A ESTRADA - 21/09/2.012
0 comentarios